Es difícil encontrar este tipo de cocina en una ciudad, aunque los pueblos aún conservan la tradición de platos realizados con productos económicos, a fuego lento y que conservan el sabor de una cocina hecha sin prisas y para aprovechar hasta la última parte de un animal que ha dado de comer al hombre desde siempre.
Las orejas son consideradas despojos pero su carácter cartilaginoso y la textura gelatinosa que adquieren al cocinarlas aporta a los guisos y las salsas un sabor especial que crea verdadera adicción.
No forman parte de mi dieta habitual y de hecho nunca las cocino pero se han convertido en una tapa imprescindible cada vez que voy a Cumbres, ya sea invierno o verano. Allí se pueden encontrar en Bar Patachica, como una de las tapas más solicitadas, acompañadas de unas patatas fritas caseras, que también son difíciles de encontrar y de grandes trozos de pan de pueblo que siempre son pocos para mojar en la sabrosa salsa. Creo que la fotografía habla por si sola. Y sí, las patatas están tan buenas como parece.
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